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1/04/2009

Genocidio de Estaciones de Servicio

por Angel Luis Bigatti
En la República Argentina está prohibida la pena de muerte a las personas físicas, pero no el asesinato de empresas.
La sociedad tomó conciencia de que su abastecedor de combustibles tiene problemas. Para entender lo que sucede y quien puede resolverlo, nada mejor que explicarlo.
Estación es sinónimo de posta, parada o terminal y “servicio” es calificativo del sitio donde se carga combustible, se repone fuerzas o se recibe ayuda o información. Es sinónimo de sanitarios, lavabo, aseo de las personas y mantenimiento del vehículo.
Los operarios actúan como “servidores” y el lugar constituye un “beneficio” para el desarrollo de las actividades sociales y económicas. Son puntos de referencia, de reunión y de divulgación. El diagnóstico nos indica problemas estructurales e impositivos, que se traducen en falta de rentabilidad. Hagamos memoria.
El cambio de aceite y filtros, significó durante años casi la mitad de los ingresos de una Estación de Servicios, hasta que las petroleras promovieron la desigual competencia de los “lubricentros” y obligaron a las Estaciones de Servicio a reconvertir su local hacia una suerte de “superkiosco”, denominados pomposamente con variadas acepciones, que pretender dar brillo a la venta de gaseosas, golosinas y cigarrillos.
El negocio no se amplió ni se diversificó, cambió la rentable especialización técnica en mantenimiento de automotores por un negocito que suele dar pérdida. Se cerraron las fosas de engrase por seguridad y a cambio se impuso el más moderno y versátil elevador hidráulico, pero ya no era lo mismo, la venta de lubricantes y sus márgenes holgados desaparecieron. Muchos cerraron ese rubro y otros cerraron el todo.
El deterioro de las finanzas fue gradual. Con la privatización del servicio del agua cambiaron las tarifas en su monto y segmentación por comercio y volumen. Para subsistir fue imprescindible una cuantiosa inversión en máquinas lavadoras automáticas, lo que algunos hicieron a costa de endeudamiento, pero para otros resultó imposible el cambio y cerraron lo que era otra fuente de ingresos. Sucede que las Estaciones de Servicio tienen todo el personal en regla y pagan religiosamente sus facturas e impuestos por derecha. La competencia de precios con lavaderos marginales fue mortal.
El kiosco tuvo en principio la invalorable ayuda de las cabinas telefónicas, aunque ese ingreso ya existía por venta de cospeles para uso del teléfono público, sin tanto protocolo. Duró unos años la bonanza, pero la irrupción de los teléfonos celulares convirtió pronto a las cabinas en obsoleto recuerdo de mejores tiempos. En tanto, los Municipios repararon en nuestro kiosco y libraron ordenanzas que prohibieron la venta de bebidas alcohólicas después de las 23 horas. En muchos lugares del país, ya ni eso.
La limpieza que se observa en los locales cuesta mucho dinero, y debe ser uno de los pocos lugares del mundo donde aún es gratis el servicio del baño, por el que la Estación paga tan cara el agua y la luz que utiliza para brindar un servicio sin retribución alguna. Cuando se requiere un mínimo por la ducha, su objetivo no es la recaudación, sino frenar el consumo innecesario de agua. Ahora la novedad es la gastronomía, otro albur, por no decir encrucijada.
Nos quedaba hasta hace poco la venta de combustibles. La cantidad vendida es decisiva, porque los márgenes son muy pequeños y las mermas son rutina. Las petroleras, que tienen hipoteca en primer grado sobre el inmueble, impusieron cupos, que en casos puntuales resultaron insuficientes. En otros casos no renovaron el contrato y las condenaron a muerte por inanición.
El Estado por su parte aumentó impuestos y creó otros. Al disminuir los márgenes por gravámenes excesivos, nadie en el gobierno reparó que las políticas impositivas son una materia dinámica, y que si bien los tributos son imposiciones generales, las situaciones particulares difieren y el impuesto puede convertir al remedio en un veneno, por exceso de dosis, hasta hacerlo mortal. En la República Argentina está prohibida la pena de muerte a las personas físicas, pero no el asesinato de empresas.
El genocidio de personas es delito de lesa humanidad, en cambio los empresarios parecen ser la presa de la cacería real, donde se mata impunemente.

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